UN VERANO INOLVIDABLE, por Angeles Fons
Lo que parece tan fácil para cualquier pareja, el hecho de formar una familia, ser padres, para nosotros se convirtió en un camino lleno de obstáculos. Pero los dos teníamos claro que luchando, apoyándonos y sobre todo, con mucho amor, veríamos la luz al final del camino. Y así es como lo conseguimos …
Fueron diez años luchando, entre embarazos fallidos, tratamientos de fertilidad, e incluso, entrevistas de adopción. Todas esas puertas continuaban cerrándose.
Pero un día unos amigos nos hablaron de la fundación Juntos por la Vida, que lleva a cabo la acogida temporal de niños y niñas de Chernóbil. Ahí empezamos nuestra aventura, el día que nos citamos con la fundación para entrevistarnos. Nos habían de conocer para ver que éramos una pareja «normal», que nos podíamos hacer cargo de un menor y acogerlo como un miembro más de la familia.
Nos explicaron que se trataba de niños que viven muy cerca de Chernóbil, la central nuclear que explotó en 1986. En esa zona hay aún mucha contaminación debido a la radiación, pero la gente sigue viviendo porque no tienen otra opción. Plantan y cultivan verduras, las riegan con el agua de un río contaminado … Viven en casas muy viejas donde conviven varias generaciones, en un pueblo en medio del campo. El lugar de las mujeres es la casa, y su función cuidar a los hijos y el marido. A esto se suma también el alto consumo de alcohol que da lugar a familias desestructuradas.
A los niños les beneficia salir de allí una temporada, llevar una vida sana, cambiar de alimentación, que les de el aire, el agua, el sol … cosas tan básicas que muchos tenemos cada día y que no nos damos cuenta de cómo somos de afortunados. Vienen en verano y en Navidad, se trata de una acogida temporal, no es ninguna adopción. Los niños vienen y se van, y eso es un punto a tener en cuenta porque hay que estar preparados, y más nosotros que no tenemos hijos. Eso sí, es una experiencia que aporta muchas cosas buenas que no se pueden explicar, se tienen que vivir.
La verdad es que nos decidimos de inmediato, sin pensarlo mucho.
Un día de Marzo sonó el teléfono. Era la fundación Juntos por la Vida para informarnos que ya tenían una niña para nosotros. Se llamaba Anastasia, tenía cinco años y vivía en Irpen. En ese momento yo estaba en la calle y lo recibí con mucha alegría. Al llegar a casa y hablar con mi marido, nos dimos cuenta de que aquello era de verdad. Donde nos habíamos metido? !! Madre mía! La verdad es que teníamos miedo. Podremos? Sabremos? Y si llora? Imagino que como les ocurre a todos los padres primerizos, pero con la diferencia de que ella tenía cinco años y no hablaba español ni nosotros ucraniano. Así que con la mezcla de sensaciones de miedo, alegría, ilusión e intriga, toda una explosión de sentimientos, comenzaba una nueva etapa para nosotros.
Ante todo, su habitación. ¿Qué le gustaría? Las princesas? Por eso de rosa-niña y azul-niño. Pero esos estereotipos no van conmigo. Pensando que no sabía nada de español, hicimos una habitación «mona» pero a la vez «educativa». Una servidora, que la encantan las manualidades, empezó a dibujar con pintura, cartulinas y poco más, un sol, una nube, animalitos y objetos del día a día. Debajo de cada cosa escribí el nombre para poder enseñarle . Y también pintado en la pared, una regla para medir la altura, para ver cómo iba creciendo (siempre me había hecho mucha ilusión). Además, dos camitas por si había que dormir con ella, y a la puerta su nombre con letras de madera muy coloridas: ANASTASIA.
A todo esto, nuestras familias aún no sabían nada. Teníamos que anunciarles que llegaba un nuevo miembro a la familia. Cuando ya supimos la fecha exacta que llegaría, empezamos los preparativos. Hicimos invitaciones para la familia y los amigos en las que decía:
Hola soy Anastasia tengo 5 años y vivo en Irpen. Mis padres de acogida Amador y Angeles les invitan a mi fiesta de bienvenida el 21 Junio de 2011. Os espero
Ya estaban todos informados, familia y amigos. Un poco boquiabiertos pero ilusionados por ver que nuestro sueño de ser padres estaba más cerca que nunca.
Llegó el día de conocer a nuestra hija. Camino del aeropuerto, la alegría y los nervios se nos salían del cuerpo, la emoción era indescriptible. Allí nos esperaban nuestros amigos de Juntos por la Vida, junto a 125 familias mas, todas preparadas para compartir el verano, la casa, el día a día, con niños desconocidos, con necesidades, pero al fin y al cabo, niños y niñas con ganas de disfrutar, jugar y aprender.
Empezaron a llamar las familias para reunirse con los niños. Yo veía mucha emoción en aquellos niños que ya habían venido otros años; corriendo hacia los brazos de sus padres con ojos de felicidad, alegría, ternura …
De repente, nos llamaron a nosotros y allí estaba Anastasia. Un cuerpecito pequeño, rubia, con el pelo recogido en dos coletas, unos ojos grandes y azules. Nos abrazó, nos miró y con una sonrisa nos dijo: «Hola». Nos quedamos alucinados!
Nos despedimos de nuestros amigos de Juntos por la Vida y ellos nos dieron una carpeta con información, vocabulario, teléfonos de contacto, tarjeta sanitaria de la niña y todo tipo de consejos para facilitarnos la acogida. Hay que remarcar que Juntos por la Vida estuvo y sigue estando en todo momento para ayudar a los niños y los padres, los de España y los de Ucrania. Es un trabajo enorme, se nota la profesionalidad y la pasión que tienen con la causa, y esto queda reflejado en los más de 20 años que llevan funcionando, en los más de 2.500 niños y niñas acogidos, en los tres grupos de español en Ucrania … Familias y vidas cambiadas por el acto de compartir la vida y acoger.
Los tres cogidos de la mano caminamos hacia el coche para ir a casa. Ella no decía nada y sentada en su silla nos miraba raro. Claro, no había visto nunca una silla de auto ni tampoco un cinturón de seguridad. Al poco tiempo se durmió.
Se despertó al llegar al pueblo y con mucha tranquilidad le enseñamos toda la casa y su habitación. Ella abrió la maleta y empezó a sacar regalitos para nosotros: imanes con imágenes de su pueblo, caramelos … su ropa y botes de leche condensada que ella comía en Ucrania. No hablaba, pero siempre tenía una sonrisa en los labios y los ojos bien abiertos. La acompañé a la habitación para ponerle el pijama. Ella se dejaba llevar. Ya en la cama, contándole un cuento se durmió. No sé si porque no entendía lo que estaba contándole o simplemente porque estaba agotada del viaje. Habían pasado 24 horas desde que había salido de casa en Ucrania. Mi esposo y yo la observamos mientras dormía y nos dimos cuenta de que aquella cosita dependía ahora de nosotros y que sólo en unas cuantas horas nos había cambiado la vida.
Salió el sol y empezó un día único, la fiesta de bienvenida. Todos conocerían nuestra hija Anastasia. Al despertarse abrió los ojos mirando hacia todas partes. Debía pensar, ¿donde estoy?¿ Quiénes son estos? Pero en unos pocos minutos sonrió y se levantó. Parecía como si nos conociera de siempre. Desayunamos y nos fuimos de compras. Era verano y nos faltaba el bikini!
Al entrar en la tienda de ropa abrió los ojos como platos y empezó a señalar lo que le gustaba, y por cierto, lo tenía muy claro. Estaba en la etapa de «todo rosa»: bikini, zapatos, vestidos … Ahí empieza a decir «sí o no».
En casa sólo quedaba terminar de rematar los preparativos de la fiesta: pancarta de bienvenida, globos, caramelos … Ella jugaba con las flores, y de repente cogió una y con una vocecita dulce nos llamó: «Mami, papi, gracias ». Y nos la dio acompañada de un abrazo. Como podía ser que una personita que no estaba ni 24 horas con nosotros nos tratara con ese amor?
Empezaron a venir los invitados, ella estaba muy natural y no tenía nada de vergüenza, les decía «hola», los cogía de la mano y los acompañaba a su habitación. Dejaba sobre la cama los regalos que le daban seguido de un «gracias». Esas dos palabras ya venían con ella desde Ucrania.
Fue un verano muy intenso, para ella todo era nuevo, y también para nosotros. En la piscina, primero iba bien cogida a mi cuello; poco a poco fue lanzándose y con la ayuda de un curso de natación aprendió a nadar. Qué contenta estaba al finalizar el curso con el diploma y la medalla! La playa le encantó; jugar en la arena, saltar las olas, subir a las piedras y ver el horizonte … mar, mar, mar, como decía ella. Tomar el sol y hacerse morena. En el mercado también disfrutaba comprando todas esas frutas que le gustaban tanto y que en Ucrania apenas comía, porque hay pocas y son muy caras. Y en las fiestas del pueblo, vestida de sevillana. Las duchas que siempre le parecían cortas. Las noches en la terraza de casa llenas de risas y de anécdotas. Las excursiones a Valencia. El Bioparc. La paella. Muchas experiencias y todas buenas.
La salud también nos preocupaba. Le hicieron un análisis de sangre y el reconocimiento médico que corresponde a una niña de cinco años. Estaba bien, sólo necesitaba una buena alimentación para ponerse dentro de los límites de peso y de altura de una niña de su edad. Pero considerando que en dos meses aumentó 5 kilos, creo que iba bien! El problema de vista era más grave, pero afortunadamente con gafas y vitamina A se podía solucionar. En Ucrania era impensable, ya que el sueldo está entre los 100 € y los 150 € mensuales.
El tiempo pasó muy rápido y ya era la hora de volver a Ucrania. Anastasia debía comenzar la escuela. La maleta era mas grande que ella, llena de comida, ropa, juguetes y un CD con la película de nuestro verano para que no nos olvidara y sus padres pudieran ver todo lo que había hecho en España. Pero se llevaba cosas más valiosas, una nueva familia, una nuevo idioma, un nuevo futuro, salud, abrazos, ilusiones … y la esperanza de que en Navidad nos volveríamos a ver.
En el aeropuerto el ambiente era triste, ver cómo nos soltaba la mano y se alejaba hasta desaparecer. Las lágrimas salían sin control, y en casa ese silencio … Nos había dejado un vacío en el corazón, pero nos sentíamos muy afortunados por todo lo que habíamos vivido, un verano inolvidable.
De esto ya hace seis años. Hemos tenido la oportunidad de viajar a Ucrania para su cumpleaños, conocer su familia, amigos, la escuela y las condiciones en que vive. También llevamos a sus padres a España, donde convivimos las dos familias. Mantenemos contacto semanalmente. Hemos ganado una hija, pero también una familia.
Anastasia sigue viniendo en verano y en Navidad.
Con esta historia quiero ayudar a aquellas parejas que como nosotros, luchan por formar una familia. Que no se cierren, que hay otras opciones y muy gratificantes. Los niños nacen del vientre de la madre, pero hay niños afortunados que nacen del corazón. Sólo me arrepiento de no haberlo hecho antes.
Abre la mente, cambia una vida, cambia tu vida y acoge.